El Representante no define ni asume
responsabilidades de gravitación gubernamental, suele ser la imagen de
un conjunto que traslada mensajes a cambio de un salario. Su habilidad
profesional es rodearse de un halo de elegancia circunstancial que lo combina
con el medio donde se desenvuelve, cuya diplomacia innata le permite
absorber disparos verbales sin inmutarse mientras continúa dialogando en
su línea de manera insensible, consciente de que su función es complacer
y reunir adeptos, así como utilizar el esfuerzo ajeno para obtener ganancias
propias o migajas de superiores.
Pocos ciudadanos desean ser representados a la hora de seleccionar un
gobernante, pues la incompatibilidad de sus funciones los inhabilita
para intercambiarse, resultando poco probable aglutinar en un ente
humano ambas funciones pues las energías aplicadas son antagónicas y
explosivas
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