¿Sabemos Respetar la Voluntad Ajena?

-->

Creemos que siempre argumentamos la verdad absoluta, sin considerar que cada uno supone que su perspectiva... también es absoluta!

Esta base de apreciaciones es la que obstaculiza cualquier ingreso al camino de la concordancia, ya que el conflicto verbal no se entabla para equilibrar las diferencias, sino para ganar la batalla enarbolando la bandera personal.

El único valor en juego dentro de la dialéctica compartida es la vanidad, resultando que una herida en la misma causa mucho dolor, ya que un desgarro en la piel se cicatriza en breve tiempo, mientras que una muesca en el orgullo raras veces cierra su rastro en la memoria.

El cosquilleo que establece la venganza no conlleva medida alguna, hasta suele ser atemporal, y devolver la humillación al contrincante se transforma en un objetivo de vida de manera tal que ni mil golpes alcanzan para calmar su picazón.

Dejarnos llevar por las emociones requiere de una potencialidad en la falta de voluntad de alto valor adquisitivo, ya que si entremezclamos la lógica cartesiana en medio de la tormenta de las efusividades, no entraría en escena el enojo gratuito, puesto que aceptar una errática elaboración personal es aprender... para crecer!

La paradoja en la madeja de los entuertos es la necesidad de los mismos para corroborar -y rectificar- la continuidad de nuestra conducta de vida, nuestros pensamientos y lineamientos generales, ya sean éticos como morales, sin los cuales nos encontraríamos desnudos de sociedad, pues el intercambio y la participación son los pilares de la existencia trascendental.

Pero cuando nos ubicamos en la vereda de enfrente, o sea que nuestra opinión es válida y llena de sustancia, se asoma ese pequeña brizna de altivez

--> que debemos dominar con mayor fuerza que cuando nos golpean la misma, puesto que su demostración pública implica que seremos parte de cierto ejército enemigo, que debe ser destruido y derrotado cuando las defensas se encuentren débiles -y a disposición!-, sembrando una ruta de oponentes que gratuitamente nos pueden dañar en cómodas cuotas... ¿quién sabe cuándo?

Uno de los estandartes de la madurez en la ecuanimidad es la delicadeza comunicativa al encontrarnos ante dicha situación, ya que la expresión es el único derrotero que debemos transitar, utilizando los términos apropiados y adobando los mismos con actitudes comprensivas, girando con paciencia el diálogo hasta orientarlo dentro de la óptica metódica de manera gradual.

Precisamente la falta de serenidad es la que converge dentro de la aspereza moderativa, mutando el diálogo en una superposición de conceptos que no aclara... sólo perturba a los ánimos clausurando a la percepción!

Cuando interpretamos que nuestro interlocutor agrupa dentro de su personalidad las mismas características que las propias, descubriremos que la distancia de su pensamiento con el inherente se basa en las experiencias de cada historia de vida, separando la utopía existencial de lo consuetudinario de las acciones, conjugando una secuencia de causas y efectos para concluir en ciertos valores que justifican la higiene de la conciencia.